jueves, 28 de enero de 2010

El collar

Ya estaba amaneciendo. Un rayo de sol se posó en mi cara, lo que hizo que abriera los ojos.

Estaba en mi cama con la ropa puesta, la cual, estaba destrozada, además, toda sucia y llena de tierra negra. Me llevé la mano al pecho, mi corazón latía al ritmo de una sirena de bomberos. Al hacer esto me di cuenta de una cosa, no llevaba puesto mi collar. Pensé que me lo habría quitado en algún momento y revolví toda la habitación. Busqué en todos los cajones, en el armario, por el suelo.... Pero nada.

¡Llevaba puesto ese collar desde que era pequeña! ¡Tenía que encontrarlo!

Me vestí unos vaqueros y una sudadera. Me calcé unos converse blancos y bajé a desayunar. Por el camino me hice una coleta. Cuando ya casi había llegado a la planta baja grité:

-¡Mamá! ¿Sabes dónde está mi collar?

Se me escapó un grito. Al final de las escaleras yacía el cuerpo de mi madre, inerte, con sangre goteando desde su boca, abierta y con una mueca de dolor, hasta el suelo.

No me lo podía creer. Contuve las lágrimas. Fui corriendo hasta la cocina temiéndome lo peor. Miré el reloj. Las diez en punto. Mi padre, a estas horas, hacía el desayuno todos los domingos. Nada, allí no había nadie. Mi corazón empezó a latir apresuradamente, un rayo de esperanza iluminó mi cara. Sonreí.

-¡Papá!-grité-¡papá! ¿Me oyes? ¡Papá!

La puerta del cuarto de baño estaba entreabierta. Entré. Allí estaba mi padre, tirado en el suelo, con la misma expresión en la cara que mi madre. Yo había heredado de él sus ojos grises, ahora mates, sin brillo.

Mi vida se había destrozado en tan sólo una mañana. Me eché a llorar. Giré la cabeza, no podía seguir viendo aquello.

Subí a mi habitación. Por el camino intenté no fijarme en aquel bulto que yacía en frente de la escalera.

Me acurruqué en mi cama sollozando hasta que me quedé dormida al fin.

Estaba de picnic con mis padres. Todo iba genial hasta que del suelo salieron unos esqueletos que tiraron le comida y gritaban con una potente voz de ultratumba.

Los esqueletos cogieron a mis padres y entonces me di cuenta de medían unos tres metros. Seguidamente éstos se los comieron.

Empecé a correr. Las lágrimas resbalaban por mi cara, empapando la ropa que llevaba puesta.

De repente, estaba atrapada en un torbellino, hecho de una substancia fría y que mojaba al tacto. Era agua. Ésta se secó, dando lugar a un extenso desierto. Caí. Todo fue muy confuso. Me di un fuerte golpe en le cabeza, me levanté, y al ver a aquellos esqueletos gigantes alzándose ante mí empecé a correr, aún sabiendo que me iban a alcanzar, desde el momento en que los vi, por primera vez, sabía que lo harían. Aún así no desistí, aunque el golpe que me había hecho me estaba taladrando la cabeza en busca de mi sufrimiento.

Al final, acabé por tropezar con una roca y me caí de bruces al suelo. Los esqueletos se abalanzaron sobre mí. Cerré los ojos. Al abrirlos estaba en mi habitación empapada de un sudor frío que me hizo estremecer.

Fui al baño, me lavé la cara, aún sin creerme lo que había pasado.

Al bajar a la cocina para buscar algo de comer vi el bulto que había al pie de la escalera y los ojos se me llenaron de lágrimas salté por encima de él y fui corriendo hasta llegar a la sala. Allí, cogí el teléfono y llamé al 061.

-¿Si? ¿Quién es?-preguntó la secretaria.

-Por favor... vengan... yo... mis padres... por favor...

Me eché a llorar, no podía seguir soportándolo.

-Vamos, vamos, cálmate ¿Cuál es tu dirección?

-Calle del Castro Nº 31 Copellada- dije de un tirón.

-De acuerdo, ya vamos para allá, tranquilízate ¿vale?

Colgué, me peiné un poco, haciendo caso omiso al bulto que yacía a mis pies y que antes había sido mi padre.

Cuando llegó la policía junto a la ambulancia yo ya no sabía que hacer. Me eché a llorar en brazos de un policía desconocido intentando, de ese modo, ahogar mi sufrimiento.

Sacaron a mis padres de casa, me llevaron a comisaría y estuvieron haciéndome preguntas del tipo «¿Qué tal estás?» «¿Qué ha pasado?» «¿Por qué no nos has llamado antes?». Yo no sabía que responder, aún no me creía lo que había pasado, me había quedado sin habla.

Aunque me mandaron salir del despacho escuché claramente que en apariencia mis padres estaban vivos, la autopsia negaba cualquier tipo de infección, enfermedad o incluso un infarto, pero mis padres estaban muertos, de eso no cabía duda, no respiraban, no se movían y no les latía el corazón.

Cuando me mandaron volver a entrar tenían la cara seria y yo un mal presentimiento.

-Tenemos que decirte algo- dijo el comisario.

-Resulta que no te queda familia aquí así que te tenemos que mandar a un orfanato- prosiguió el ayudante.

-Pero tardaremos dos semanas en arreglar los trámites así que vivirás sola durante ese tiempo- finalizó el comandante.
Así que ese era el problema. Tenían que dejar a una niña sola en la casa donde habían asesinado a sus padres para arreglar unos trámites y luego encerrarla en un orfanato.
Solo le quedaban dos semanas de "vida", tenía que aprovecharlas.
La llevaron a casa. Al entrar se dio cuenta de que había un fuerte olor a alcohol. La habían desinfectado.
Cuando se fueron los policías subí las escaleras, fui a mi habitación y busqué el collar, aquel que había desaparecido días atrás. Nada, seguía sin encontrarlo.
Desesperada, rompí a llorar, ese collar era el único recuerdo que me quedaba de mi antigua vida y lo había perdido.
Dormí, dormí durante días, incluso semanas, dormí como nunca había dormido y sin soñar.

Nada pudo interrumpir mi sueño, ni el cantar de los pájaros por la mañana, ni el sonido de la vaca de la vecina, ni el jaleo que hacía la gente de los alrededores. Hasta que alguien me llamó por mi nombre “Layan” dijo, “Layan”.Al final cedí. Abrí mis ojos grises y vi ante mí a un hombre de unos 40 años, tez clara, y de ojos verdes. Grité. Pero al despejarme me di cuenta de que era el ayudante del comisario que había conocido días atrás.
-Layan, Layan, vamos, nos tenemos que ir.
-¿Lo qué, a dónde, cómo, cuándo...?
-¡Ah! sí, lo había olvidado.
-Venga, vamos –dijo tirando de mí.
-Pero, la maleta...
-Ya te la hemos hecho -cortó él.
Bajamos las escaleras. Al salir me encontré con un conjunto de coches donde estaban varios policías, esperando.
El viaje fue largo y aburrido. En mi pueblo no había ningún orfanato, por lo que tuvimos que viajar bastante lejos.
Cuando el sol empezaba a declinar llegamos a una edificación bastante antigua, parecida a un castillo.
Al entrar me enseñaron mi habitación, me quedé allí, sin moverme.
Los meses pasaron volando, allí me aburría mucho, no había nada que hacer.
Durante dos semanas soñé que iba al cementerio y encima de una tumba encontraba mi collar. Lo soñé durante tanto tiempo que me lo creí.
Durante esos meses, por la noche, habían muerto ya 7 personas, 5 niñas y 2 adultos. Se decía que había un monstruo de tres metros que atacaba por las noches y todos estaban intranquilos. Yo tenía unas ojeras enormes, pensé que era por las pesadillas.
Un día decidí ir al cementerio, quería encontrar mi collar.
Tardé tres días en llegar, cuando lo hice ya era de noche, y en el cielo relucía una hermosa luna llena.
Entré en el cementerio, estaba cansadísima. Me dejé guiar por el instinto y encontré la tumba, aquella tumba de mis sueños y encima estaba mi collar. Lo cogí, me lo puse y en ese mismo instante empezó a temblar el suelo. De él salieron esos esqueletos que había visto en aquel sueño, meses atrás. No pude hacer nada, no pude mover ni un músculo, y esos esqueletos se abalanzaron sobre mí, y perdí el conocimiento.
Os estoy contando esto porque aquella noche sobreviví, y ahora soy uno de ellos.

4 comentarios:

Victoria Regueira Curbelo dijo...

¡¡Me encanta!!Gracias por comentarme.¡Está muy bien el cuento!¡Te quiero mucho!

Manuel Riveiro Sotelo dijo...

Muy bonito

Tatiana García dijo...

Esta muy bien escrito! El bocabulario es muy extenso, simplemente, me encanta!

Manuel Riveiro Sotelo dijo...

Muy hermoso Lucía, me gusto por sus palabras y por la idea del cuento. Sinceramente percioso