viernes, 4 de julio de 2008

Requiem

Siempre había sido su rutina, siempre sentándose en la misma escalera, siempre con la misma lira, desvencijada y rota, de melodías grises. Sus dedos se deslizaban ágiles, componiendo una melodía nueva a cada instante. Arriba, el farero escuchaba, como cada noche.Las melodías más escalofriantes que nadie hubiera podido escuchar jamás en ninguna de nuestras historias.Aquellos dedos eran capaces de hacer llorar y poner muy nervioso o nerviosa a cualquier persona que escuchase aquellas escalofriantes y temerosas melodías,que podían hacer temer a las personas más valientes,sin miedo a nada,o también a las persona normales y corrientes. Solo hubo una persona en esta historia que fue capaz de aguantar ese miedo a las famosas melodías aunque todas las personas que le habían echado cara al asunto no habían podido salir con vida,pero esta vez era todo muy distinto.

Aquel día, si es que se le podía considerar como tal, la melodía empezaba a durar demasiado, y el ser sentado en la escalera empezaba a impacientares. ¿Que es lo que fallaba? ¿Porque seguía allí el farero, con ese deje burlón en los ojos?

- ¿Por qué no te mueres? -había gritado en medio de su frustración.

- ¿No es un poco difícil? ¿Desde cuando mueren los fantasmas?

-Tu no eres un fantasma -escupió las palabras con molestia, con mucha molestia.

-Bueno, tal vez no uno convencional... pero un fantasma al fin y al cabo.

-¡Mientes!

No había parado de tocar en todo el dialogo, pero con esta última exclamación, detuvo la caricia que sus dedos proporcionaban al instrumento y bajó por las escaleras, marchándose hasta la noche siguiente. La conversación era lo único que cambiaba cada noche. La luz del faro, apagada hacía apenas unos minutos, volvía a estar encendida.Cuando el valiente hombre se iba hacía su casa tras haberse burlado del que tocaba aquella temerosa melodía, sentía como unos pasos iban detrás de él desde que se había ido de aquellas escaleras, cada vez esos pasos se iban acercando más hasta que una mano muy fría se posó sobre su cuello dejándolo así sin respiración y fue cuando de repente escuchó aquella melodía, entonces fue cuando éste se dio cuenta de que aquella melodía que cada vez sonaba más fuerte era la que tocaba aquel hombre y lo que estaba intentando hacer era matarlo de una vez para que no se convirtiera así en el hombre más valiente de todos el que había logrado derrotar al de la dichosa melodía, aquella que había matado a tantas personas pero que con él no acabaría nadie. Éste intentó escapar de aquel loco, corría y corría cada vez mucho más rápido hasta que sintió como algo se le clavaba en la espalda haciéndolo quedar sin respiración, sus ojos poco a poco se iban cerrando cuando sin darse cuenta este cae desfallecido en medio de la calle. Por suerte no todo lo malo le iba a pasar a él entonces poco a poco fue abriendo los ojos con mucho miedo por lo que se encontraría. pero cuando fue capaz de abrirlos vio que ya no estaba tirado en la cuneta si no que se encontraba en una habitación de un hospital, al parecer un camionero lo había recogido ensangrentado y lo había llevado al hospital más cercano por si podían aun salvarle la vida. Éste un poco desorientado llamó a una enfermera para preguntarle en que hospital estaba pero no había nadie que se acercara por su habitación, así que decidió levantarse de la camilla e ir asta el pasillo a ver si así encontraba a alguna persona,pero cuando este salió de entre esas cuatro paredes vio una cosa que no podía creer,intento moverse o gritar pidiendo socorro ya que lo que este viera era a toda la plantilla sentada en el suelo, estaban todos como hipnotizados como si alguien estuviera allí y..... de repente se acordó de aquel hombre que tocaba aquella melodía tan extraña que era capaz de hipnotizar a cualquiera o incluso matar a personas,este se dio de cuenta que seguro seguro que fuera una trampa de ese extraño para acabar con él.

El músico diabólico se acercó a él lentamente, llenando el local con su melodía.

-¿Aún sigues vivo? -inquirió al cabo de un tiempo, más calmado que en el faro.

-Eres un poco obtuso, ¿no? Ya te he dicho antes que soy un fantasma.

-Pues antes parecías bastante asustado ¿Acaso si tienes puntos débiles?

-Como todo el mundo, Damién, como todo el mundo.

La herida, sangrante hacía apenas unos instantes, no era más que una mancha de sangre reseca. Sin quitar la sonrisa burlándose en su cara, el farero avanzó hacia la puerta del hospital.

-Vaya, vaya... así que absorbes la energía de mi música...

-Pensé que no te darías cuenta.

-Te mataré, encontraré el modo -avisó antes de que el hombre se perdiese en la oscuridad.

La calle, apenas iluminada por un par de farolas prácticamente rotas, estaba llena de una brisa fría que se metía hasta los huesos. Por eso, la gente se quedaba mirando al joven de la lira, que iba en camiseta corta, como si no sintiese el frío. Así era, no sentía frío ni calor, no sentía el gusto de la comida ni el dolor al caerse. Ni él ni el farero lo sentían.

Avanzó por entre las callejuelas, chapoteando entre los charcos de agua sin preocuparse demasiado por mojarse. Estaba cerca, lo notaba en el olor del aire. Un olor demasiado dulzón para su gusto, típico de las granjas de miel. Desde luego, era un sitio molesto para reunirse, pero no le quedaba otra.

-¿Jack?

-¿Damién? ¿Eres tú?

-¿Conoces algún otro músico de mi categoría? ¡Claro que soy yo!

-Sigues siendo tan agradable como siempre. ¿Que buscas?

-Siempre has sido un experto en asesinatos que parecen imposibles...

-Creo que ya sé a que te refieres.

-Exacto. Necesito una forma de asesinar al farero.

-¿Y que problema hay con eso?

-Que es un fantasma.

Jack asintió.

-Márchate ya, necesito trabajar.

Se marchó directamente, sin referirse a el como siempre hacía, nombrando a aquel famoso asesino londinense. Luego, pensándolo mejor, volvió sobre sus pasos.

-Hasta luego... Destripador.

-Márchate de una maldita vez.

Esta vez sí, se marchó. Era de noche, pero extrañamente, decidió no pasarse por el faro. Pronto podría cumplir con su asesinato. Más, mientras tanto, buscaría otra presa para alimentar sus ansias.

El farero oteó el horizonte, más concentrado en el músico que aún no había llegado que en vigilar que no encallaran los barcos.

-¿Se habrá rendido?-se preguntó a si mismo-No, no es propio de él. Me pregunto por que no vendrá... Que aburrimiento.

Apagó la luz del faro, ya no iban a llegar ni salir del puerto más barcos. O eso pensaba él. Porque en el momento que marchó a su casa, llegó un nuevo barco. Un barco que, al no haber luz en el faro, encalló irremediablemente en las puntiagudas rocas, signo de identidad de aquella costa. No hubo supervivientes, y, contrariamente a lo que se pudiera pensar, cuando llegó allí el farero no se sintió culpable. Su oído captó unas lamentaciones desde la bodega del barco. Al fin y al cabo, parecía que si había supervivientes. Captó luego una voz de mujer profiriendo maldiciones, una voz conocida.

-¿Sarah?-preguntó bajando a la bodega del barco.

-¿Quien sino? Ayúdame con esta cosa-dijo señalando a un niño que había a su lado, sollozando.

-Desde luego, eres Sarah. Sigues teniendo el mismo amor por los niños. Venga, hay un orfanato por aquí cerca, yo tampoco pienso cargar con ese crío. O esa cosa, como la llamas tú.

-Pues vamos, espero que no se le ocurra llorar por el camino. Se supone que estoy muerta...

-Sí, y también se supone que yo estoy vivo.

-A ti no te persigue la ley.

-No, a mi me persigue Damién, que es peor.

-Supongo que sí... -dijo cuando llegaron al orfanato-. Bueno, dejemos esto aquí.

- ¿Te vas ya?

-Sí, suerte con eso. Bueno, me voy. Adiós.

-Adiós.

Se separaron en una bifurcación del camino, sin grandes despedidas, porque tampoco es que fueran grandes amigos. El farero siguió su camino hacia el faro. Aún siendo una de las construcciones más antiguas e importantes del lugar, el camino que conducía a el estaba muy descuidado: lleno de hierbas y zarzas, sobre todo de esas zarzas de espinas finas que te clavan sus espinas sin que te des cuenta.

Pronto oyó, como ya se esperaba, la conocida melodía. Sonrió de medio lado y le hizo una pregunta a las sombras donde se escondía el músico.

-No. Te garantizo que esta vez no será inútil, farero.

-Pareces muy seguro de tu respuesta, Damién...

-Lo estoy. Hoy morirás, te lo garantizo.

Comezó a acercarse. Tres pasos.

- ¿Y como piensas conseguirlo si nunca lo has conseguido antes?

Otros tres pasos. Solo quedaban seis.

-Muy fácil, asesinandote.

Tres pasos más. Deslizó la mano en el bolsillo de su cazadora.

-Eso habrá que verlo, ¿no crees?

Tres pasos más. Distancia inexistente. La daga ya estaba en su mano, aunque el farero no la veía.

- ¿Verlo? ¿No te atraé más la idea de sentirlo?

Algo frió y afilado se clavó en su vientre, cortándole el aire.

- ¿Que? -inquirió, sorprendido.

-Muy fácil -una sonrisa taimada se formó en sus labios, dándole un aire más macabro de lo normal-. Pronto pude comprobar que avsorbias la energía de mi música. Al fin y al cabo, eres un ser maligno, como yo.

-Siento decepcionarte, pero yo soy el bueno.

-Eso no hace que dejes de ser una criatura maligna, farero. Sin embargo... la plata nos hace daño. A todos.

-Así que de eso estaba echa la daga... ¿Por qué nunca te refieres a mi por mi nombre?

-Porque no lo sé. Y tampoco me interesa saberlo.

Echó a caminar por el sendero en dirección contraria de la que iba el farero. Sonrió. A él no se le escapaba una presa. Nunca.

Guadalupe Martinez Portela

Leire Area Balado.

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