jueves, 17 de diciembre de 2009

Los Barbero

Me acuerdo bien de aquel verano en el que conocí a la familia Barbero.
Cuando llegué a Sarria unos amigos de mis padres nos invitaron a cenar en el bar de los Barbero.
Cuando fui al servicio conocí a su hijo pequeño, Benjamín, que estaba llorando porque no le dejaban cenar helado. Yo lo tranquilice y me llevo a conocer a sus hermanos.
Primero me presentó a su hermana Lidia, que justamente era de mi misma edad, y luego conocí a Enrique, el hermano mayor.
Me fui pensando que seríamos buenos amigos, pero nunca pensé que me estaba metiendo en la peor pesadilla que a nadie le ocurriría jamás.
Al día siguiente nada más levantarme fui a desayunar al bar de los Barbero. Lidia me sirvió el desayuno y se sentó a hablar con migo. Hablamos de nuestros gustos, de nuestras aficiones... ¡Coincidíamos en todo!
Entonces no me pareció sospechoso pero luego me empezó a oler a chamusquina.
Por la tarde quedé con los tres hermanos para ir a la playa. ¡Lo pasamos en grande! Jugamos al voleibol, nadamos, buceamos y tomamos el sol.
Después de aquella estupenda tarde me di una ducha y cuando me di cuenta tenia la espalda repleta de unas asquerosas ronchas verdes.
Mi madre al vérmelas cogió las llaves del coche y me llevó a urgencias.
Cuando los médicos me vieron no daban crédito. Vinieron casi todos los médicos que había allí y todos buscaban una respuesta en libros de media tonelada. Pero por más que buscaron ninguno nos supo decir qué eran aquellas extrañas ronchas. La enfermera cogió muestras y me dijo que reposara hasta que llegasen los resultados.
A la mañana siguiente después del desayuno vinieron Lidia y Benjamín a hacerme una visita. Jugamos al Monopoli hasta que su padre los vino a buscar.
No sé porque pero me dio la sensación de que tenía que ver a dónde iban, así que me escapé por la ventana.
Los seguí hasta una laguna donde abrieron la puerta de una caseta y se metieron los tres.
Me puse en la puerta a escuchar, pero lo raro fue que no se sentía ni una mosca. Cuando abrí la puerta la caseta estaba vacía ¿Cómo podían haber desaparecido?
Me dio tanto miedo que me fui corriendo para casa y decidí no volver a acercarme a la familia Barbero.
Cuando llegué a mi casa mis padres no estaban. Me dio un poco de miedo quedarme sola por eso decidí dormirme.
Cuando abrí los ojos mi madre entraba por la puerta con el plato de la comida y me dijo que si no me dolía nada, por la tarde podía ir a jugar con los amigos que había hecho en el pueblo. Decidí mentir y decirle que me dolía la cabeza.
La tarde transcurrió bien; los Barbero no se acercaron por mi casa.
Por desgracia mis padres decidieron reservar una mesa en el restaurante de los Barbero sin consultarme. Mi madre me dijo que me olvidara de las ronchas y que disfrutara de las vacaciones.
Nada más llegar al restaurante estaban allí los tres hermanos que se preocuparon por mi salud. Contesté a sus preguntas e intenté alejarme de ellos lo antes posible pero con disimulo.
Cuando llegué a casa después de la cena empecé a pensar que tenía que haber alguna explicación lógica; ninguna persona puede desaparecer así como así.
Al día siguiente después del almuerzo decidí ir a la laguna a investigar.
Cuando estaba a punto de llegar a la cabaña, oí unas voces que me hicieron esconder detrás de unos arbustos.
Eran Benjamín y su padre que venían detrás de mí. El padre le decía a su hijo que tenía que hacer recados y que hoy tendría que ir solo al pasadizo de la cabaña. Cuando Benjamín se quedo solo decidí ir a sonsacarle información. Estaba casi segura que me diría lo que quería debido a que era un niño sensible y fácil de asustar.
Cuando me vio echó a correr, pero lo atrapé fácilmente. Le dije que me llevara a los pasadizos y él me dijo que allí abajo vería las cosas más horripilantes que puedan existir. Le pregunté qué era su familia. Él me contó que su padre era científico y experimentaba con personas y quería que sus hermanos y él siguieran experimentando.
Fue corriendo a laboratorio. Yo preferí no entrar. Me trajo un antídoto para las ronchas que su padre me había provocado.
Al día siguiente metí toda mi ropa en la maleta y decidí que no volvería nunca de vacaciones a ese pueblo. Nunca me podré olvidar de lo que viví en el pueblo de Sarria.