martes, 15 de diciembre de 2009

Sara y el misterio de los colegios de monjas


Cuando Sara era pequeña, creía que los colegios de monjas estaban debajo del mar, y que había que ir allí nadando. Pensaba que era algo parecido a la Atlántida. Se lo habían dicho sus compañeros. Todos los niños de su clase creían en esa leyenda. A pesar de eso, ni ella ni nadie sabían si era verdad.
Como el tema le producía bastante curiosidad, se pasó un recreo entero hablando con su mejor amiga, Miriam.
-¿Tú cómo crees que se puede ir al colegio de monjas aguantando la respiración durante todo el camino?- preguntó Sara.
-A lo mejor hay que llevar bombonas, como los buzos- dijo Miriam, dudando un poco.
-¿Y es necesario ir en bañador?
-A lo mejor sí, parece divertido- contestó animada Miriam.
-¿Cómo puede estar un colegio con aire debajo del agua? ¿Nunca hay goteras?
-Tiene que estar totalmente cerrado... O puede ser que haya goteras siempre. O se escapa el aire, o escriben debajo del agua... ¿Quién sabe?
-¿Hay que llevar mochilas y libros impermeables? ¿Y cuando es la hora del recreo salen a nadar? ¿Hay que secarse para entrar en clase?
-¿Y yo qué sé? No tengo ni idea. ¿Conoces a alguien que vaya a un colegio de monjas?
-No- respondió Sara.
-Pues yo tampoco. Entonces, hasta que alguien nos lo diga, no sabremos lo que se hace allí.

-Pero quieres saberlo, ¿no?- preguntó Sara.

-Sí, tengo curiosidad- admitió Miriam.

Durante todo el recreo siguieron jugando e imaginando cómo sería ir a aquellos extraños colegios que, parecía ser, estaban debajo del mar.

Unas cuantas semanas después, un niño de su clase, Andrés, vino a la escuela de mal humor.
-¡Qué lata, el próximo curso mis padres me obligarán a ir a un colegio de monjas!
-¿Por qué?- preguntó Sara.
-Dicen que van a trabajar por la tarde y que no me puedo quedar solo en casa.
-¿También vas por la tarde? ¡Qué suerte! Vas a poder nadar todos los días. Y será dentro de poco, no falta casi nada para llegar a final de este curso.
-Es que no me gusta nadar. Además, el agua del mar está muy fría.
-A lo mejor no vas allí nadando. Tal vez vayas en submarino...
-Pero no me gusta la idea de estar debajo del mar- dijo Andrés.
-Por lo menos vas a ser el primero en saber qué se hace en un colegio de monjas. ¿Cuando puedas, me lo cuentas? También Miriam quiere saberlo.
-Vale- contestó Andrés.

Algunos meses más tarde, en septiembre, Sara, Miriam y Andrés se encontraron por casualidad en el parque.
-¡Hola, Andrés!- empezó Sara -¿Cómo es tu nueva escuela?

-Pues normal-. Contestó Andrés.

-¿Y el patio?

-Normal.

-¿Y tus libros?

-Normales.

-¿Y sales a nadar en el recreo?

-Norm... eh, quiero decir, no.

-¿Entonces cómo puede estar tu colegio debajo del agua? ¿Hay goteras? ¿Hay que ir en bañador?

-¡Vaya tontería! ¿De dónde has sacado eso?

-¿Es que no está debajo del mar?

-¡Ah, ya me acuerdo! Con las vacaciones, se me había olvidado que pensabais que era como la Atlántida. Mi escuela no está debajo del mar, y no es muy diferente de la vuestra. Por cierto, ¿de dónde viene ese cuento de que los colegios de monjas están debajo del agua? ¿Quién se lo inventó?

-La verdad, nadie lo sabe. Es como una leyenda. Seguramente fue inventado por alguien que se aburría. Sin embargo, pensándolo bien, se pueden llegar a imaginar un montón de historias y sueños a partir de esta idea- explicó Miriam.

-Segundo, lo único que tiene de nuevo este colegio (aunque quizá os parezca mucho) es que rezamos, comemos allí, nos quedamos por la tarde, llevamos uniforme y tenemos a monjas como profesoras.

-Qué desilusión- dijo Sara -. Y yo que pensaba que se salía a nadar en el recreo, con los peces...
-Bueno, yo estoy más tranquilo. Pensaba que iba a llegar todos los días mojado al colegio.- expuso Andrés.
-Me alegro. Aún así, seguiremos viéndonos en el parque, ¿eh?- preguntó Sara.
-Claro. ¡Los amigos seguirán siendo amigos aunque estén en distintos rincones del mundo!- respondieron Andrés y Miriam a coro.
Ahora Sara creció; y hoy comprende que no se trataba de ninguna tontería creer que los colegios de monjas estaban debajo del mar. Era totalmente al contrario. Si a partir de una idea tan simple se podían inventar tantas cosas, partiendo de todo lo que imaginan los niños pequeños, y que normalmente se considera absurdo y sin sentido, se conseguiría cambiar el mundo.